Además de prohibir, ¿podríamos educar a los jóvenes en la sociedad digital?

Parece que finalmente el debate sobre el uso de los móviles en la escuela se ha decantado por la “prohibición parcial”. Decimos parece porque la información aparecida en la prensa sobre esta cuestión ha sido confusa. ¿Qué es exactamente lo que se ha prohibido? El Departamento de Educación de la Generalitat ha publicado, con fecha 18/06/2025, en los Documentos para la organización y gestión de los centros, la Resolución sobre el “Uso de dispositivos móviles en los centros”, donde se puede leer: “Se elimina el uso del móvil en toda la etapa obligatoria” y también “Se restringirán progresivamente las pizarras digitales interactivas y las tabletas digitales en la etapa de Educación Infantil”. Es decir, de hecho, se opta por una prohibición tajante de los móviles (y relojes inteligentes) y, salvo en Educación Infantil, se continúa con el plan de digitalización vigente hasta ahora. Vale la pena partir de este punto porque en algunos titulares de prensa hemos podido leer, por ejemplo: “Prohibición total: Educación elimina los móviles, tabletas y relojes inteligentes de las aulas de Cataluña”. Muy poco responsable sería un calificativo amable.

Entendemos que la razón principal por la que se prohíbe el uso de los teléfonos móviles en la escuela se fundamenta en que la posibilidad de un mal uso dentro del aula es muy superior a los beneficios que puede aportar desde un punto de vista pedagógico, y que, además, son perfectamente sustituibles —excepto en Educación Infantil— por otros dispositivos más controlables en cuanto a sus contenidos (pizarras digitales, tabletas u ordenadores).

Por lo tanto, la prohibición de los móviles nos parece no solo una medida de prudencia ante la constatación de los impactos del uso inadecuado de estas herramientas sobre la salud mental de niños y adolescentes, sino también una medida de sentido común, ya que en el aula, en la actividad escolar ordinaria, no se pueden permitir elementos que distraigan del trabajo normal que se está desarrollando.

Por esta razón, aunque en algún momento se haya querido llevar el debate hacia otra dirección y generalizar a todos los dispositivos digitales el posible carácter nocivo de los móviles, lo que realmente preocupa del uso de estos dispositivos no es su impacto pedagógico como herramienta educativa, sino el impacto de algunos de sus contenidos sobre la capacidad de atención y la salud mental de los menores cuando se utilizan de forma inadecuada, ya sea dentro del espacio escolar como fuera. Ciertamente, en la Resolución no se cuestiona la necesidad de introducir las tecnologías digitales tanto para su conocimiento como para su uso; más bien, se anima a utilizarlas del modo más adecuado posible.

Creemos que está claro que los móviles, como la gran mayoría de herramientas tecnológicas, podemos decir que son “neutros” —aunque no lo sean del todo, aceptemos la convención a efectos de este artículo— y pueden ser utilizados en beneficio de las personas o en su contra. El problema principal es la regulación de los contenidos que pueden vehicular estos dispositivos, y detrás de todos ellos está el uso malicioso con el objetivo de manipular la atención de las personas en base a los desarrollos del neuromarketing.

Del mismo modo que no se permite a los menores conducir coches o utilizar ciertas sustancias, parece razonable que, mientras no se regule el uso de los avances del neuromarketing con fines de manipulación del comportamiento humano, se mantenga alejados a niños y adolescentes de estos dispositivos. Por lo tanto, deberíamos ponernos de acuerdo en reclamar una regulación global urgente de esta cuestión, del mismo modo que se ha hecho respecto a ciertas tecnologías, como por ejemplo la energía atómica, o respecto a sustancias como las drogas.

Mientras tanto, desarrollemos estrategias y propuestas sobre cómo educar a las nuevas generaciones, desde la escuela y desde la sociedad, para que vivan en un mundo en el que las herramientas digitales sean instrumentos beneficiosos para las personas y para las relaciones sociales y económicas. Su potencial es enorme. Ignorar esta cuestión sería abandonar a su suerte a las nuevas generaciones.

En este sentido, creemos que no basta con proponer el desarrollo del espíritu crítico, para que niños y adolescentes sepan distinguir la información de la mentira o de la manipulación. De hecho, el diseño de contenidos como los videojuegos, el acceso fácil a la pornografía, la promoción del individualismo narcisista y del exhibicionismo vulgar, la persecución del “like” e incluso las facilidades en algo aparentemente tan inocente como el scrolling, están diseñados para crear adicción.

La lucha contra estas estrategias debe ir más allá. La prohibición de su uso en la escuela es un primer paso, pero la lucha contra el riesgo de adicción no termina con una simple prohibición: requiere medidas educativas específicas que, en primer lugar, hagan visible el efecto nocivo de estos contenidos, y en segundo lugar, proporcionen herramientas personales para evitar o superar la adicción si ya se ha producido. Finalmente, estas medidas deben permitir conocer y aprender a trabajar con el propio teléfono móvil, que, en última instancia, será una herramienta con la que tendremos que convivir a lo largo de toda la vida, con sus riesgos y sus ventajas.

Es necesario que los jóvenes —y también los adultos— sepan desenvolverse en una sociedad global en la que los datos y la información tienen un valor elevado para tomar decisiones adecuadas para la convivencia humana, y donde el pensamiento computacional y su aplicación a herramientas y productos digitales puede ayudarnos a progresar, tanto a nivel general como personal.

Ciertamente, el problema en su conjunto se presenta como una cuestión realmente compleja. Por un lado, la necesidad de conocer y dominar el uso de las herramientas digitales; por el otro, conjurar el riesgo intrínseco que estas mismas herramientas contienen. La preparación necesaria para ser docente en este entorno es cada vez más alta y más exigente, y las compensaciones a esta exigencia aún no se han puesto sobre la mesa. Trataremos esta última cuestión con más detalle en las próximas semanas.

Oriol Homs, Francesc Colomé, Xavier Farriols y Josep Francí